Abstract
L’articolo si concentra sull’importanza dell’accompagnamento spirituale e sulla modalità in cui devono avvenire le conversazioni in questo contesto. Mustó sottolinea che le conversazioni dovrebbero avvenire in ambienti privati e tranquilli, evitando distrazioni e garantendo un’atmosfera di sicurezza per la persona accompagnata. La durata delle conversazioni può variare, ma è essenziale che la persona si senta ascoltata e supportata, con il tempo necessario per esprimere i propri pensieri e sentimenti.
Un aspetto cruciale dell’accompagnamento è la distinzione tra preghiera e terapia; la preghiera deve essere centrata su Dio per avere un effetto terapeutico. L’accompagnatore non guida il processo interiore, ma lo accompagna, rispettando il cammino spirituale della persona. È fondamentale che l’accompagnatore abbia esperienza personale di accompagnamento e preghiera, per poter offrire un supporto autentico.
Mustó evidenzia anche l’importanza del silenzio durante l’accompagnamento spirituale, poiché consente alla persona di riflettere e di entrare in contatto con le proprie emozioni. L’accompagnatore deve ascoltare attentamente, senza interrompere o forzare la conversazione, creando uno spazio sicuro per l’espressione autentica. La comunicazione avviene su diversi livelli, e il silenzio può rivelarsi un potente strumento per facilitare la crescita personale e spirituale della persona accompagnata.
El artículo se centra en la importancia del acompañamiento espiritual y en la manera en que deben llevarse a cabo las conversaciones en este contexto. Mustó subraya que las conversaciones deben tener lugar en ambientes privados y tranquilos, evitando distracciones y garantizando una atmósfera de seguridad para la persona acompañada. La duración de las conversaciones puede variar, pero es esencial que la persona se sienta escuchada y apoyada, con el tiempo necesario para expresar sus pensamientos y sentimientos.
Un aspecto crucial del acompañamiento es la distinción entre oración y terapia; la oración debe estar centrada en Dios para tener un efecto terapéutico. El acompañante no guía el proceso interior, sino que lo acompaña, respetando el camino espiritual de la persona. Es fundamental que el acompañante tenga experiencia personal en acompañamiento y oración para poder ofrecer un apoyo auténtico.
Mustó también destaca la importancia del silencio durante el acompañamiento espiritual, ya que permite a la persona reflexionar y conectar con sus emociones. El acompañante debe escuchar atentamente, sin interrumpir ni forzar la conversación, creando un espacio seguro para la expresión auténtica. La comunicación se produce en diferentes niveles, y el silencio puede ser una herramienta poderosa para facilitar el crecimiento personal y espiritual de la persona acompañada.
Keywords
Accompagnamento spirituale, Conversazioni, Silenzio, Preghiera, Ascolto.
Acompañamiento espiritual, Conversaciones, Silencio, Oración, Escucha.
¿Dónde debe tener lugar una conversación?
En el acompañamiento espiritual las conversaciones no deben darse lugar en ningún caso en presencia de otras personas, ni en entornos ruidosos. Las conversaciones en salas grandes o durante un paseo son muy desfavorables. Sólo si no hay otra opción, la conversación puede tener lugar en el área privada del consejero. Una habitación pequeña con sólo dos sillas y una mesa pequeña es adecuada, no mucho más. Una vela ayuda a recogerse. La persona acompañada debe sentarse de forma que pueda sentirse segura. Es bueno que la persona se sienta libre de ir y venir en la habitación; por lo mismo, hay que evitar que se sienta encajonada. Por ejemplo, no conviene ubicar su silla frente a una ventana o una puerta, donde el acompañante intercepte. Tampoco es adecuado un sillón demasiado cómodo en el que la persona acompañada se duerma o se relaje demasiado. Conviene, más bien, que haya un sillón firme, con o sin respaldo. Eso ayuda a que la persona permanezca despierta, como si estuviera rezando. Lo mejor es colocar dos asientos iguales para el/la acompañante y la persona acompañada.
Saludo y duración de la conversación
La persona acompañada debe sentir que se la espera, que es importante y que todo gira en torno a ella. Debe sentir que el/la acompañante no tiene prisa, que tiene tiempo para ella y que ninguna otra actividad interfiere. Sólo está ahí para ella.
Si la conversación tiene lugar una vez al mes ésta puede durar entre una hora y una hora y media. Durante un retiro de silencio de ocho días puede tener lugar una conversación diaria o cada dos o tres días. El diálogo puede durar entre 10 y 60 minutos.
Prefiero que la persona a la que acompaño decida cómo y cuándo acaba la conversación. Al fin y al cabo, es su tiempo y se trata de sus necesidades. No debería tener la sensación de que no tengo tiempo suficiente para ella. Sin embargo, si digo: “resume lo esencial, sólo tengo 20 minutos”, a veces, esto no sólo ayuda a quien acompaña, sino también al recogimiento de la persona acompañada. En todo caso, es importante prestar atención a su estado emocional. Dice Bert Helliger: «hasta que la persona acompañada respire aliviada».
Al irse, ella debe poder respirar aliviada porque ha podido desahogarse y decir todo lo que quería comunicar. Al sentirse comprendida y apoyada, se ha podido expresar y comprenderse a sí misma y su situación emocional actual.
Aquellos que hablan sin saber detenerse pueden y deben ser interrumpidos con el fin de ayudarles a tocar su estado emocional actual; de lo contrario, no entrarán en contacto consigo mismos. Se mueven principalmente a nivel mental, no suelen rezar realmente la oración del corazón y, generalmente, evitan sus propios problemas más profundos.
Si la persona acompañada está en silencio, no intento extraer nada de ella. Muchos necesitan tiempo. A menudo, digo: “¡Di sólo lo que después no vayas a arrepentirte!”. Intento ganarme su confianza y animarles. Si tengo la sensación de que la conversación ha terminado, pero la persona sigue sin irse, intento encontrar un signo confirmatorio a través de su expresión facial o su comportamiento, y le pregunto: “¿te parece bien?”. “¿Tienes algo más?” Acompaño a la persona a la salida y me despido de ella. No soy necesariamente partidario de un abrazo de despedida, pero muchas personas a las que acompaño lo piden.
Guiar
A quienes acompaño transmito el método de la oración de corazón, lo explico y les invito a hacerme preguntas. Les introduzco en la oración. La oración interior es como una peregrinación que requiere un mapa y una señalización. Cuando dirijo los ejercicios espirituales y los retiros determino las reglas, el marco y el programa del curso. También doy advertencia sobre las reglas del discernimiento espiritual. “Quien no pueda aceptar la guía de un compañero, tampoco se dejará guiar por el Espíritu Santo y seguirá su propia cabeza”, escribe Franz Jalics. En la oración sincera, por supuesto, la guía real procede del Espíritu Santo, que habita en la persona acompañada.
Oración y terapia
La terapia y la oración deben distinguirse entre sí. Toda terapia está centrada en el paciente. La oración sólo tiene efecto terapéutico si está centrada en Dios, es decir, si el efecto de los ejercicios se espera de Dios. Para ello no es necesario creer explícitamente en Dios. Basta con confiar en que en la oración no nos apoyamos en nuestra propia capacidad, sino que nos abandonamos a un poder superior o a nuestro poder creador inherente. Cada vez soy más consciente de ello: el espíritu en los seres humanos (al igual que en los organismos biológicos) organiza muchas cosas desde dentro. Todo ser vivo tiene la capacidad de curarse desde dentro. Los genes no nos determinan.
Acompañar
No guío el proceso interior, lo acompaño. Esa es una gran diferencia. El alma, el espíritu, está trabajando. No me corresponde a mí determinar las experiencias de la persona a la que acompaño. Siento reverencia por su viaje interior. No me corresponde a mí determinar el contenido espiritual, el resultado y los frutos de la oración. Acompaño a las personas de forma personal e individual. ¡Esto significa no forzar nada y respetar si es que hubieran resistencias! Acompaño lo que sucede en el silencio de la persona, en su oración. Acompaño el desarrollo del alma, las experiencias interiores, el camino espiritual que ella está haciendo y las decisiones que toma. No la cuestiono, no la juzgo. Como mucho, hago preguntas. No determino yo la dirección de su camino espiritual. Dejo que viva las esperanzas, las dificultades y el dolor sin pretender substituir sus experiencias. Ella sigue su propio camino. A veces soy una barandilla en el empinado camino, a veces un poste indicador o una señal, o a menudo sólo una sombra que corre detrás de ella, o un espejo para que pueda verse mejor.
Reglas para el acompañante
Quienes acompañan deben haber experimentado en carne propia algo de lo que quieren transmitir y deben tener experiencia de también ser acompañados. Deben recorrer el camino espiritual y hacer los ejercicios de oración. Recomiendo hacer un curso de ocho días cada año, además de la oración diaria. Las reglas que exige el/la acompañante, como la puntualidad y el silencio, deben ser observadas en primera persona. La conversación gira en torno a la persona acompañada. El/la acompañante no tiene que hablar de sí mismo/a (lo cual incluye su dimensión interior y mental), sino que debe dar un paso atrás. Debe prepararse para ver lo bueno de la persona acompañada.
Personalmente, he recorrido un largo camino como acompañante. He tenido experiencias espirituales, me he dirigido a la gente aprendiendo a escucharles y he estudiado literatura espiritual y psicológica. He cometido errores y he aprendido de ellos.
Escuchar
Aprendí a escuchar de niño. Mi hermano mayor tenía una gran imaginación y le encantaba contar historias. Aprendí a escuchar con atención, simpatía e interés y a dar un paso atrás. No importaba que yo también hablara; de todos modos, a él no le interesaban mis historias. Sólo más tarde, a los 20 años, aprendí a hablar de mis propias experiencias. Gracias a ello, me conocí mejor y me hice más libre.
Dar un paso atrás
Varias veces en mi vida he tenido que pasar tiempo en un país extranjero, en una cultura ajena o en un entorno extraño en el que no entendía el idioma. Esto dificultaba la comunicación y los demás no tenían paciencia conmigo. Yo era el extraño. Eso no fue agradable para mí, pero me enseñó a dar un paso atrás y escuchar. También aprendí a pasar por alto las ofensas o insultos cuando no sabía expresarme bien.
La palabra en el acompañamiento espiritual
Demasiadas palabras flotando en el aire y dirigidas a nadie pueden ser peligrosas, decía el ciego Jacques Lusseyran. En exceso, las palabras sagradas se vuelven ineficaces.
Pero las palabras son importantes. Las palabras pueden ponernos en movimiento, provocar una revolución, cambiar la vida de una persona. Todos conocemos palabras que nunca podremos olvidar, así como palabras que han dado un nuevo rumbo a nuestras vidas. Algunas palabras las guardamos en el corazón. María guardaba todo lo que había oído y “guardaba todas estas cosas [palabras], meditándolas en su corazón” (Lucas 2,19).
¡La Palabra se ha hecho carne! En un camino de oración como la oración del corazón, el cuerpo y el alma se dinamizan. El diálogo espiritual atraviesa el cuerpo, el cual experimenta una transformación en el proceso. Sólo cuando la Palabra se ha hecho carne adquiere peso, surge de ella la vida. La Palabra se hace carne en el silencio, “como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo” (Mc 4, 26-27).
El silencio en el acompañamiento espiritual
La importancia del sueño: la voluntad se apaga, las actividades se suspenden, las funciones del organismo se reducen al mínimo. Esto permite que la mente, el alma y el cuerpo se recuperen, organicen y regeneren. Allí comienzan los procesos curativos.
Silencio en la naturaleza: El silencio en la naturaleza puede ser inspirador, refrescante, relajante y liberador. Pero también puede asustar.
Silencio: “Necesitamos tres años para poder hablar. Y setenta años para aprender a callar” (Elie Wiesel).
El mediador entre dos partes enfrentadas, con intereses diferentes, debe estar completamente vacío por dentro, sin agenda propia y abierto a todas las posibilidades. No sólo debe permanecer en silencio, sino ser receptivo para poder percibir lo que es realmente importante para las partes y en qué aspectos podrían ceder.
Una persona silenciosa puede ser retraída, fría u hostil, o puede estar sufriendo, o estar enfadada, o no interesada en mí, perdida en sus pensamientos o introvertida.
El silencio de una persona en un grupo crea malestar al cabo de cierto tiempo. Los demás se preguntan cómo se puede romper ese silencio.
En un país extranjero cuya lengua no entendemos o en una cultura extraña, nos preguntamos cómo podemos establecer contacto. Un académico con una persona sin hogar, un adulto con niños, una persona de otra confesión en una comunidad religiosa, un profesor fuera del aula o incluso los padres de niños en edad de crecimiento no saben a menudo cómo deben o pueden dirigirse a su interlocutor. En tales situaciones siempre surge tensión. Si no puede surgir el silencio en el interior, aflorarán pensamientos o fantasías no deseadas buscando tapar el silencio. En esas situaciones de tensión, muchas personas empiezan a decir cualquier cosa con tal de deshacerse del malestar.
En lugar de hablar o huir de esta situación desagradable, el objetivo del acompañamiento espiritual es soportar el silencio, permanecer callado, volverse más atento y permitir que surja en uno mismo el deseo por interesarse aún más por la otra persona.
Si no hay silencio en el/la acompañante, si sus pensamientos, fantasías, preocupaciones, prejuicios, simpatía o antipatía hacia la persona acompañada se imponen, entonces tiende a decir palabras superfluas. También, si habla de sus propias cosas, suele causar el efecto de una piedra que agita las aguas tranquilas del alma. Sólo en la calma puede el alma volverse transparente. Esto es, sobre todo, una ventaja y un bien para la persona acompañada, antes que para quien acompaña.
La comunicación entre dos personas tiene lugar a distintos niveles: verbal, no verbal, con gestos, con empatía.
La comunicación entre el/la acompañante y la persona acompañada, o la conversación empática y contemplativa suele producirse inicialmente a nivel racional, de palabras y pensamientos.
Una conversación intensa, profunda y contemplativa surge cuando la persona acompañada se vuelve más despierta y atenta en el silencio y en la tranquilidad de la oración. Entonces su interior se abre imperceptiblemente y se vuelve cada vez más receptiva para comprenderse mejor a sí misma, su vida y sus relaciones.
Si el/la acompañante escucha de forma atenta, empática y contemplativa, a menudo se pone en marcha en la persona acompañada un proceso por debajo del nivel racional. Una palabra (independientemente de quién la diga) despierta recuerdos y sentimientos en la persona acompañada. Empieza a actuar en un nivel más profundo, algo sucede en el fondo de su alma. Empieza a sentir algo. Algo se abre ante ella y, poco a poco, se da cuenta de conexiones en su vida que no había visto antes. Surge una nueva perspectiva. Este proceso interior es un “ver”. Se despiertan viejos sentimientos, surgen emociones. La persona acompañada se acerca cada vez más a sí misma.
Es muy importante que el/la acompañante escuche perseverantemente con atención y bondad, sin moverse, sin detenerse en sus propios pensamientos y, posiblemente, también sin entender nada de lo que le está ocurriendo a la persona a la que acompaña durante esos largos y tensos minutos. ¡No decir nada en ese momento! ¡No preguntar nada! ¡No interrumpir el silencio! ¡Aguantar con una tensión inmóvil! Para ello, el/la acompañante necesita valor y abnegación, necesita confianza en que la persona acompañada está madurando nuevos descubrimientos y perspectivas muy importantes y decisivas. En esos tensos minutos de silencio la persona acompañada aprende a reconocerse de nuevo, a reinterpretar su vida y sus circunstancias. Algo se organiza en su interior. Se libera y adquiere una nueva imagen positiva de sí misma.
A veces, cuando el proceso interior ha terminado y no ha sido interrumpido, la persona acompañada empieza a sollozar. En cualquier caso, estará completamente despierta y consigo misma. Estará tranquila y relajada, con la mirada clara y viva. Las palabras que entonces pronuncia son significativas y surten efecto.
También es importante escuchar como Momo, en el libro infantil del mismo nombre de Michael Ende: sin prejuicios, en estado de alerta, de atención, con interés, perseverancia, estando en el presente.
Al escuchar durante el acompañamiento espiritual, es importante prestar atención si la persona acompañada está metida en su cabeza, es decir, en sus pensamientos, o, más bien está en presencia de sí misma, es decir, en contacto con una mirada interior. En otras palabras, es estar atentos a percibir si su conversación nace de una auténtica inquietud o no. Si la persona acompañada está en sus pensamientos, habla con rapidez y fluidez. Sus ojos no están atentos, su mirada es más bien vacía; su cuerpo y sus manos no suelen estar quietos, sino en movimiento. Si, por el contrario, la persona acompañada está en presencia de sí misma, sus palabras tienen peso. Necesita tiempo para encontrarlas porque siempre tiene que comprobar si las palabras que dice corresponden con lo que ve en su interior. Sus ojos son más grandes, más profundos, vivos y tranquilos. El cuerpo, las manos, se mueven con mayor lentitud.
El/la acompañante, si se ha asegurado de que la persona está abierta a ser confrontada ante sus propias contradicciones, sólo debe ponerla frente a ellas y mostrarle dónde se engaña. Los comentarios no deseados no suelen escucharse. Inclusive, la persona acompañada puede intentar defenderse dando explicaciones de su comportamiento, o sentirse incomprendida y perder la confianza, defenderse o incluso enfadarse ante lo que se le ha dicho.
Dar feedback por parte del/de la acompañante requiere mucho cuidado. La persona acompañada debe sentirse segura y aceptada. Debe estar interiormente convencida de la benevolencia y gratuidad de quien le acompaña y, también, percibir el feedback como un apoyo. No basta con que el acompañante diga algo bienintencionado si la persona acompañada lo recibe de otra manera.
Algunos principios básicos, reglas para el/la acompañante: Como ya se ha dicho, debe observar él/ella mismo/a las reglas que exige, a su vez, a la persona acompañada: rezar a diario, hacer un curso más largo una vez al año, ser puntual, etc.
Ante todo, se trata de la persona acompañada. El/la acompañante debe estar dispuesto a aceptar sus decisiones y a interiorizar esta disposición. Esta toma de conciencia, e incluso la aceptación de una decisión de la persona acompañada que el/la acompañante no es capaz de aprobar interiormente, forma parte de su autoeducación. Aunque le duela, aunque le horrorice, debe convencerse de que la responsabilidad es de la persona acompañada. Él/la acompañante, es simplemente un/una acompañante en el proceso interior de la persona acompañada. No tiene que salvarla, ni redimirla, ni ser su dios. Corresponde a la persona acompañada decidir y asumir las consecuencias de su decisión. En estos casos, el/la acompañante fiel deja a la persona acompañada en manos de su Creador y del Espíritu sanador con total confianza.
El/la acompañante debe estar libre de juicios. No debe juzgar a la persona a la que acompaña, ni siquiera en el interior de su corazón, y menos aún en una conversación con otras personas. Debe aceptar con buena voluntad a la persona acompañada y no querer cambiarla, así como tampoco a su historia evolutiva o a sus motivaciones. Esta aceptación se da lugar aunque tenga sentimientos negativos que, por cierto, desaparecen cuanto más llega a conocer y comprender a la persona acompañada.
Nada debe sorprenderle y ¡nada debe asombrarle! Si se sorprende, no debe mostrar su horror.
Cuando una persona acude al acompañamiento, tendrá una tarea para y con ella. En todo caso, puede aconsejarle que busque otros métodos terapéuticos, pero evitando que la persona interprete esto como un rechazo hacia ella.
Si el/la acompañante sólo sospecha algo y quiere que la persona acompañada lo diga, entonces es beneficioso no preguntar directamente, sino preguntar: “¿Podría ser…?” “¿Crees que…?” “¿Sientes que…?”.
El misterio del silencio. Ejemplos desde el Evangelio
Juan 8,1-11: La adúltera condenada a morir apedreada. Jesús guarda silencio.
Lucas 10,21-24: Los secretos del reino de Dios están ocultos a los sabios.
Mateo 8,23-27: Jesús duerme durante la tempestad en el lago.
Lucas 12,35-40: El criado espera tranquilamente en la oscura noche a que su amo regrese a casa.
Hech 1,7: No te corresponde a ti conocer los tiempos y los plazos que el Padre ha fijado en su poder.
Marcos 13,11: No serán ustedes quienes hablen, sino el Espíritu que hay en ustedes.
Juan 14,25-26: El Espíritu Santo os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho.
El mismo Espíritu Santo actúa en la persona acompañada y en quien la acompaña. En el acompañamiento espiritual contamos con ello.
Peter Mustó, „Herzensgebet und Geistliche Begleitung,“ in Hesychia II. Wege des Herzensgebetes, ed. Andreas Ebert (München: Claudius, 2014), 235-246. ↑